sábado, 3 de diciembre de 2011

LA INVASIÓN CONTRA VENEZUELA



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La oposición fracasa estruendosamente en sus intentos de derrocar al Presidente de Venezuela. Ensaya la pertinaz campaña de prensa, los sermones de una jerarquía eclesiástica engreída, la conjura económica de los amos del país, el alzamiento militar. Las revueltas causan enormes daños económicos, pero el Presidente y los voluntarios que siempre acuden a defenderlo las derrotan y consolidan la indoblegable política nacionalista.
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Una oposición apátrida derrotada acude irremisiblemente a la intervención extranjera ¿Los acorazados y los proyectiles de los imperios le entregarán el poder que sus fuerzas le negaron a sus ansias? Los leguleyos preparan el camino a bombas y marines con trampajaulas jurídicas. Empresas transnacionales agitan reclamaciones exageradas contra Venezuela. Sus aspiraciones son tan descabelladas, que en sus contratos de interés público con el Estado exigen omitir la cláusula del artículo 149 de la Constitución, según la cual “las dudas y controversias que puedan suscitarse sobre su inteligencia y ejecución, serán decididas por los tribunales venezolanos y conforme a las leyes de la República, sin que puedan tales contratos ser, en ningún caso, motivo de reclamaciones”. Así pretenden arrastrar a Venezuela ante tribunales y árbitros foráneos que ignorarán nuestras leyes. La sentencia del juez extranjero es el prólogo del bombardeo.
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En su columna de El Resumen, Simón Barceló denuncia que la falta de tal cláusula “mañana puede ensangrentar a Venezuela o exponerla a vejámenes, gracias a la voluntaria omisión del artículo 149 de la Constitución”. Y en efecto, el gobierno alemán participa al de Estados Unidos que “se considerará si es suficiente medida de coerción el bloqueo de los dos puertos venezolanos más importantes”. Insolencia a la cual responde en 1902 nuestro canciller López Baralt que “legislar sólo para los naturales y dejar abierta a los extranjeros la práctica de un derecho especial, ejercido con la intervención de los representantes de otros Gobiernos, sería exponer a los países que están llamados a crecer por efecto de la inmigración, a degenerar en simples factorías, con mengua de la propia calidad de Estados políticos que ocupan en el concierto internacional” (Ramón J. Velásquez: La caída del liberalismo amarillo, p.292).
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Para noviembre de 1902 Estados Unidos dirige notas diplomáticas a Inglaterra y Alemania participando que no se opondrá a que hagan uso de la fuerza contra Venezuela. Es la señal para que oportunistas como César Zumeta y Barret de Nazaris propongan pagar a los acreedores asumiendo un nuevo y colosal empréstito en condiciones aplastantes que significarían la total entrega del país. Una demoledora campaña internacional de prensa acumula epítetos, injurias, insultos y falsedades contra el presidente Cipriano Castro. El representante alemán Von Pilgrim Baltazzi y el inglés Haggard participan al canciller López Baralt que sus países se han coligado contra Venezuela. Italia se suma a ellos, esperando recoger los despojos. Un siglo más tarde se agavillarán para destruir y saquear Libia.
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El descubrimiento de América financió la unificación de los Estados nacionales europeos y los más tempranamente unificados asaltaron el planeta. Primero España, luego Inglaterra, después Holanda, posteriormente Francia conquistaron y saquearon territorio tras territorio en América, África, Asia. La doctrina de la expansión naval fue sistematizada por el estadounidense Alfred Thayer Mahan en su libro de 1890 The influence of sea power upon History: “El uso y control debidos del mar no es más que un eslabón en la cadena de intercambio por la que se acumula la riqueza, pero es el eslabón principal”. A partir de la guerra de Secesión, Estados Unidos desarrolló una marina que le permitió desbaratar en 1899 a la flota de España y arrebatarle Cuba, Puerto Rico, Filipinas. Gracias a escuadras de más de 300 buques de guerra, Inglaterra domina más de la mitad del mundo a principios del siglo XX.
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Otra cosa sucede con Alemania e Italia, que llegaron tardíamente a la unificación nacional. Al tratar de expandirse encontrarán un mundo ya colonizado por otros. Eso significa que no tendrán las colonias ni las materias primas ni los mercados para desarrollarse hasta el nivel de potencias hegemónicas. Su tentativa para lograrlo en competencia con los imperios ya instalados le costará a la humanidad dos Guerras Mundiales. A fines del siglo XIX el contralmirante Alfred von Tirpitz comprende que Alemania será estrangulada económicamente, y convence al Reichstag para construir 69 fortalezas flotantes. El Káiser Wilhelm II se entretiene dibujando minuciosos modelos de acorazados con los que sueña romper el encierro del mar Báltico y conquistar colonias germánicas. Las fábricas de acero del Ruhr se afanan fundiendo cañones y planchas para los cascos blindados. Pero el globo ya está repartido entre los imperios: para evitar la guerra entre ellos, deben intentar la rebatiña de América Latina, desafiando la doctrina Monroe. Para ello, Alemania pacta el improbable agavillamiento con Inglaterra y acepta la rastrera colaboración de Italia. Y a principios de diciembre de 1902, la formidable flota coligada de quince acorazados avista Venezuela. Esperan arrasar y repartirse el pequeño e indefenso país, y si nada los detiene, el resto de América Latina.
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La formidable flota de quince acorazados apunta contra Venezuela sus cañones que fulminan blancos más allá del horizonte con proyectiles de 305 milímetros de calibre disparados con nitroglicerina. Son unidades con velocidades superiores a los veinte nudos, desplazamientos mayores de 20.000 toneladas, corazas de más de 300 milímetros, con dotaciones de más de ochocientos marinos aptos para el desembarco en lanchas con ametralladoras. Los almirantes se afanan sobre los mapas repartiéndose el botín. Desde los tiempos de los piratas Walter Ralegh, Amyas Preston y Jacob Widdhon, Inglaterra codicia la Costa Oriental y el Orinoco, arteria fluvial hacia las riquezas de Guayana. Desde los tiempos de los Welser, Alemania ansía la Costa Occidental, con el Lago de Maracaibo que colecta las riquezas de los Andes y del Departamento Norte de Santander. El ferrocarril alemán de Venezuela habría comunicado a la Wilhelmstrasse el infundio de que el presidente Cipriano Castro consentiría en entregar la isla de Margarita como pago de intereses, para que los germanos instalen en ella una base naval. El New York Herald lo repite el 30 de mayo de 1900. Gerónimo Pérez Rescaniere revela que en nota ultraconfidencial dirigida a los ingleses, los alemanes confiesan: “Nosotros consideramos la ocupación temporal de diversos lugares venezolanos”. Pero ya llevan 99 años de ocupación “temporal” de Kiaochow en China (De Cristobal Colón a Hugo Chávez Frías; T.II, p. 218, Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2011). Los litorales ocupados devendrían colonias; desde ellas Inglaterra y Alemania dominarán las rutas hacia el Istmo, donde se proyecta cavar un canal transoceánico por Nicaragua o Panamá. Si nada detiene el zarpazo inicial, recolonizarán América Latina. Italia se contentará con los despojos.
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El 9 de diciembre de 1902 acorazados ingleses y alemanes convierten el bloqueo en guerra. Asaltan en La Guaira las mínimas y desarmadas unidades venezolanas “Margarita”, “Zamora”, “Zumbador” y “23 de Mayo”. El acorazado “Panther” rinde con sus cañones al “General Crespo” y al “Totumo” y los echa a pique. Los ingleses abordan al “Restaurador” en Guanta; el acorazado inglés “Caridbys” secuestra al “Bolívar”; el “Miranda” escapa internándose en el Orinoco. Lanchas con ametralladoras del acorazado inglés “Retribution” asaltan el “Margarita” y el “Ossun” y les desbaratan las calderas. Los cruceros italianos auxilian y abastecen y a los agresores. Pelotones armados de ingleses y alemanes desembarcan.
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Venezuela ha sido tomada como rehén por flotas imperiales; Cipriano Castro considera detener a los connacionales de los invasores, pero luego decide, magnánimo: “Venezuela no necesita rehenes para vencer”. Contra acorazados invulnerables y cañones irresistibles sólo tiene el recurso de la resistencia territorial, que convoca con sonora proclama: “¡La planta insolente del Extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria!” A su conjuro acuden cien mil voluntarios; las colonias colombiana y peruana se presentan a defender Venezuela como si fuera su patria. No es una fuerza despreciable: con cinco mil voluntarios Cipriano acaba de desbaratar el ejército de 15.000 hombres que contra él armaron los caudillos locales y los acreedores de la Deuda Externa. Una poblada de patriotas venezolanos ocupa el carguero “Topaze” en Puerto Cabello y le arría la bandera inglesa. Los acorazados acribillan los fortines El Vigía y Solano con proyectiles de 21 cm, desembarcan tropas que incendian y destruyen documentos históricos y se roban las campanas. Los acorazados alemanes “Vinneta” y Panther arrasan con más de un centenar de disparos el fuerte de San Carlos en el Zulia. El “Panther” intenta forzar la Barra, encalla ignominiosamente, y se retira dañado por la anticuada artillería del fuerte.
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Los prepotentes agresores están en un callejón sin salida. Sus dotaciones serían diezmadas si se aventuran más allá del litoral. El canciller argentino Luis María Drago formula la doctrina de que “la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea”. Estados Unidos prepara el zarpazo para apoderarse de Panamá, y no quiere competidores en las cercanías del futuro canal. Hace valer la doctrina Monroe, y fuerza a alemanes e ingleses a un arreglo que reduce la deuda venezolana a la sexta parte. Al no poder expandirse hacia América Latina, los imperios se despedazarán en una Guerra Mundial que costará nueve millones de muertos. El irreductible Cipriano Castro sólo será depuesto por traicionero golpe de Estado, que custodian tres acorazados estadounidenses. Un siglo más tarde, funcionarios apátridas todavía incluyen en los contratos de interés público cláusulas inconstitucionales que someten a Venezuela a árbitros o tribunales extranjeros; jueces incalificables sentencian en contra de la Constitución que nuestro país no tendría soberanía absoluta ni inmunidad de jurisdicción y puede ser condenado por jueces, árbitros o autoridades foráneas. Así preparan la invasión futura.
Son sucesos de perenne actualidad, que veremos en una película del maestro Román Chalbaud, que espera el comienzo de su producción desde hace dos años.

2 comentarios:

  1. No sabe como me llena de orgullo leer este articulo, esa defensa integrar que desborda de emocion......VIVA VENEZUELA....JAMAS LA PLANTA INSOLENTE Y PUEBLO ESTOLIDO COMETERAN EL EERROR DE UNA AFRENTA CONTRA NUESTRO SUELO...............

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  2. Tal y como en el remoto ayer estas paginas históricas están más vigentes que nunca. Una estólida burguesía, servil a los imperios, pretende y desean con enfermizo frenesí la intervención y ocupación , Del sagrado suelo de la patria Bolivariana, por la planta insolente de la bota invasora.Es mejor que no se les ocurra prestarse para esa afrenta, por que si el Clarín de la patria suena, de todos los rincones de la patria surgirán los nuevos Sucres, Bermúdez, Páez, Piares, Arizmendi y un bravo pueblo convertido en el Gigante Chávez.

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